La Colonia Santa Rosa se prepara para festejar sus 110 años

Cultura 30/03/2012 . Hora: 11:20 . Lecturas: 0

En agosto, la Colonia Santa Rosa festeja sus 110 años y los integrantes de su asociación ya han comenzado a reunirse para organizar las distintas actividades. Cabe destacar que el nuevo presidente es el señor Pedro Velasco. Como ya es tradicional, la conmemoración tendrá lugar el último fin de semana del mes de agosto, pero se complementará con diversas actividades que se irán desarrollando durante el transcurso del año, como lo es una muestra de fotos referida a las colonias de Coronel Suárez. Jorgelina Walter, descendiente de uno de los colonos y fundadores del lugar, nos comenta que se están realizando los contactos con las distintas orquestas para solicitar presupuesto, ya que la cena y baile es una de las atracciones más esperadas, donde nunca faltan las polcas, los valseaditos y toda la alegría de la música alemana. Y para iniciar la cuenta regresiva, nos aporta una estampa volguense, cuya autoría es del Profesor Horacio Agustín Walter:

La leyenda del Fülsen. Revisando viejos papeles de inmigrantes del Wolga encontré unos manuscritos de dificultosa escritura, que más o menos decían lo que a continuación voy a transcribir. Parecía algo trivial, pero al terminar su lectura advertí que era una historia especial y que como tal, resultaba importante darla a conocer. ... "Hacía mucho frío y los días que se acercaban a la Navidad del año 1764 eran cada vez mas desapacibles. El ambiente de la caravana no era precisamente de alegría. La larga travesía había comenzado meses atrás desde algunas aldeas de los principados de Alemania. Día a día, el viaje se hacía intolerable y exigía mayor esfuerzo a los colonos, a medida que se acercaban a las tierras heladas de las orillas del Wolga, que el gobierno de la Zarina Catalina les había prometido. Los conductores de la caravana y de los carros, que llevaban a sus familias a un destino que creían mejor, no sólo sentían el frío. Sufrían la tristeza del largo alejamiento de sus familias alemanas. Sentían la depresión de no poder regresar porque la distancia recorrida era demasiado larga para volver atrás. Sentían la desconfianza frente a lo que se proponía como promesa. La desesperanza de que las cosas serían tales como se lo habían ofrecido. Sobre todas las cosas, el hambre. Y con el hambre un dolor más profundo: era el color amoratado de las mejillas de sus hijos, sus pequeñas manos lastimadas por el frío y los gemidos fuertes y enternecedores que en los últimos días habían comenzado a emitir. Su significado resultaba incomprensible, aunque percibían claramente su sentido: deseaban comer. El pan que quedaba, tan duro como la tierra helada que pisaban, ya no los conformaba fácilmente. La larga travesía había disminuido significativamente tanto sus fuerzas como sus provisiones. Algunos carros debieron ser dejados a orillas del camino por las roturas de sus ruedas o por la falta de bueyes o caballos. Al abandonarlos, se dejaban utensilios cotidianos y muchas provisiones. Fue en la noche de Navidad. La luna brillaba tan espléndida, como el gélido frío que obligaba a los cuerpos a acercarse unos a otros para darse recíprocamente un poco de calor. Unas madres, (no se leen bien los nombres en los viejos papeles), pero podrían ser Susana, Catalina, Marcelina, o tal vez María, en una de esas detenciones, produjeron el milagro. Juntaron todo el pan duro que encontraron, lo embebieron con la leche fresca que los lugareños le acercaban y comenzaron a cocinarlo en los hornillos de hierro. Cuando creían que la cocción estaba a punto, la endulzaban con azúcar acaramelada que sus niños no se negarían a gustarla. Luego iniciaron la ronda de distribución: en primer lugar a los niños, luego a los abuelos. Repartiendo algo a cada uno, alimentaron toda la caravana. Y nuevamente volvieron a escucharse a lo largo de la larga fila de carros, las mismas expresiones de parte de los niños, pero en esta oportunidad las palabras fueron más suaves a los oídos y su significado fue fácil de comprender: Estaban seguros que expresaban la alegría y la gratitud. Se habría producido un nuevo nacimiento. La caravana siguió su camino y llegaron a destino. No importa cómo se desarrolló su historia, pero una suave y dulce música los acompañó hasta el Wolga”. No se han encontrado nuevos documentos sobre estos hechos, pero esa melodía fue reproducida de abuelos a nietos, de padres a hijos, de boca en boca: ¡fülsen¡ ¡fülsen¡ fueron las expresiones escuchadas. Repetidas a lo largo de muchos años y hasta nuestros días, bautizaron a esa simple y milagrosa comida, nacida en aquella helada Navidad del Volga. El pan duro, la leche y el azúcar, produjeron el milagro inicial. Luego se incorporaron nuevos elementos, surgidos del trabajo y de la producción de su estadía en las colonias rusas del Volga, como la crema, las pasas de uva, y algún sorbo de licor. En algunas oportunidades se agregaban trozos de nueces, en otras, almendras o avellanas para resaltar el suave gusto del pan con leche. Pero el ingrediente principal nunca fue cambiado: la ternura de esas madres (que jamás supimos sus nombres) y que nos dejaron un mensaje de amor en el aroma caliente y perfumado del fülsen, que hoy – en nuestros hogares - todos saboreamos".

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