De reos, redes y pueblos conmovidos

Opinión 18/07/2018 . Hora: 20:35 . Lecturas: 5

La decisión de la justicia determinando que, por sufrir una enfermedad terminal, Gustavo Ravainera, apodado “El lagarto”, cumpla su condena a reclusión perpetua en el domicilio de su hermana, en la localidad de Villa Iris, fue como un tiro en la frente a la tranquilidad pueblerina.

La presencia del único condenado por el asesinato de Horacio Iglesia y Victoria Chiaradía, ocurrido hace casi 18 años ha cosechado el unánime repudio de los villaerenses.

Hace unos pocos años, algo similar casi ocurre con el entonces reo Pablo Cuchán, condenado por descuartizar y quemar el cuerpo de su novia, en abril de 2004.

En 2015, una noticia conmovió a Puan. Indicaba que, con el nombre legal de “salidas laborales” una cooperativa de trabajo emplearía al asesino de Luciana Moretti para realizar tareas de albañilería en nuestra localidad. El escandalo no tardó en deshacer todo aquel plan.

Los dantescos episodios que se llevaron la vida de Luciana; y de Héctor y Victoria, tuvieron como epicentro la ciudad de Bahía Blanca, y apenas los separaron cuatro años. Las condenas difieren en su dureza, pero coinciden en la intención de ingresar a los presidiarios en tranquilos pueblos de la zona.

Volviendo al caso de Ravainera, si bien existe abundante normativa en materia de derechos humanos que, en casos de enfermedad preservan a los condenados, aunque sean autores de gravísimos crímenes, la gente reacciona con terror ante la idea de que estos sujetos convivan en los pueblos, como cualquier hijo de vecino. ¿Qué garantías da la justicia? ¿La obligatoriedad de presentarse ante el Patronato de Liberados? ¿Una pulsera electrónica y ninguna otra medida de seguridad adicional pueden ser certeza de algo? ¿Y qué hay de la poca injerencia de la policía local sobre el condenado?

Demasiadas preguntas, poca información y nadie que convoque a la comunidad para decirle cómo son las cosas y responder a todas las preguntas. Aquí entra en juego un sistema colapsado que carece de centros de detención dotados de los recursos necesarios para atender las necesidades especiales de los detenidos.

Enredados en las redes

Internet trajo incontables beneficios, pero junto a ellos, apareció una de las miserias humanas de esta época: el acoso en todas sus formas.

Sujetos sin escrúpulos abundan en las redes sociales, tratando de captar a chicos o chicas menores de edad, con el fin de satisfacer sus más bajos instintos. Están al acecho y es fundamental, como adultos, hablar con los adolescentes y niños para prevenirlos acerca de este flagelo.

Es una realidad, las familias no siempre están presentes, en ese caso será el Estado el responsable de poner manos a la obra, con herramientas publicitarias, de propaganda y otros recursos educativos que prevengan sobre estos males del siglo XXI. Lamentablemente no sucede.

¿Hace cuánto que no ven en los medios campañas contra las adicciones? ¿Y de concientización sobre el embarazo adolescente? ¿Y sobre grooming? Hay una gran mayoría que ni siquiera sabe que detrás de ese anglicismo se esconde el acoso en las redes sociales.

Nuestros jóvenes hicieron de ellas su lugar, su hábitat natural. Allí, nos guste o no, desarrollan parte de sus habilidades sociales, transmiten sentimientos, conocen y experimentan. Por eso, es importante que entiendan que no es un mundo idílico, que también encierra peligros ante los cuales tienen que aprender a defenderse. Es vital el rol de los adultos realizando una labor preventiva, a riesgo de ser etiquetados como “pesados”, “metidos” o “rezongones”.

Cuando se comprueba la responsabilidad de un adulto interfiriendo en la intimidad sexual de un adolescente, es vital realizar la denuncia, evitando que pase a mayores. Las herramientas de defensa ante estos flagelos son pocas, solo la denuncia.

El Estado no siempre está presente, a no ser por la buena predisposición de la escuela y algunos de sus docentes que llevan al aula estas y otras problemáticas, convocando a profesionales encargados de dar charlas y asesoramiento.

Por eso la información, el diálogo, la escuela y otros actores de la comunidad son pilares fundamentales. La ignorancia es nuestra principal enemiga. No puedo defenderme de lo que no conozco, pero si me enseñan o explican, aprendo. Y ahí radica la diferencia.