Leandro Vesco: “Puan y Erize me cambiaron el modo de ver la Provincia”

Entrevistas 18/06/2021 . Hora: 16:21 . Lecturas: 34

Entrevistamos al periodista del Diario La Nación y escritor, autor de la trilogía “Desconocida Buenos Aires”. Un incansable viajero que recorre rutas y polvorientos caminos a lo largo de nuestra enorme provincia que ostenta un territorio de 307.571 km2, dos veces Uruguay y tan grande como Alemania.

Vesco relata su experiencia tras haber recorrido 6000 km en pandemia, desde Buenos Aires hasta el norte de nuestro país, donde percibió una “Argentina quebrada”.

En Secretos de una Provincia, libro inaugural de la trilogía, Vesco relata con minuciosidad los  varios mundos que conviven en un mismo territorio.

“Como si fueran capas de un universo que huele a tierra mojada y pampa, los caminos rurales –con sus cardos rusos y cortaderas– van conduciendo al viajero, y al lector, a lugares con imágenes propias de un sueño: pequeños pueblos recostados sobre el interminable mar Argentino donde se unen el campo y los médanos” (…)

Durante su extenso periplo, a través de  viejas pulperías y almacenes de ramos generales, supo visitar nuestra zona y hacer amigos en Erize, pueblo que sirvió de puntapié inicial para su “Proyecto Pulpería”, una iniciativa para rescatar del olvido a poblaciones que alguna vez conocieron el progreso.

En diálogo con Todas las Voces, este periodista nativo de Paraná, Entre Ríos, radicado en CABA, se confiesa un enamorado de la geografía bonaerense y nos relata sus experiencias.

-Leandro… ¿Qué lugares recordás de tu paso por el distrito de Puan?

-Puan es un distrito con mucho potencial, para mí tiene un sentimiento simbólico y nostálgico muy grande, porque en ese distrito comenzamos a trabajar en la ONG Proyecto Pulpería en Erize.

Antes había estado viajando por las rutas bonaerenses a través del periodismo, pero Puan y Erize me cambiaron el modo de ver la provincia. Una gran parte de lo que hice en estos años, tienen mucho que ver con esos días en Puan. Estuve un año entero trabajando, en contacto con sus pobladores, conociendo la historia de Erize.

Además, pude recorrer el mapa de Puan, lugares como Azopardo, Darregueira, López Lecube, Felipe Sola y Bordenave representan lo que uno quiere y por lo que uno trabaja. Son comunidades muy trabajadoras con un gran sentido de arraigo. Me da una buena sensación, creo que tienen mucho futuro, y en eso incluyo al turismo rural.

Tengo mucha comunicación con la comunidad de López Lecube, para mí es la punta de iceberg, desde donde uno puede ver como esa veintena de habitantes puede mantener viva la iglesia a través de la fe.

Erize (Foto Municipio de Puan)

-Si hablamos de promesas de pujanzas, la desaparición del ferrocarril ha sido una triste noticia para distritos como el nuestro.

Próximamente, voy a comenzar a dar clases en la Universidad Austral en las que analizaremos por qué hoy los pueblos están así.

La red ferroviaria argentina llegó a tener 50.000 kilómetros en las décadas de 1940 y 1950, y ahora apenas unos 10.000 kilómetros operativos, muchas sin servicio de pasajeros. Son muy pocos los ramales que brindan esa posibilidad.

Las personas de 80 y 90 años que convivieron con el tren, son testigos de un país pensado desde el interior. Se buscaba la producción agropecuaria en los pueblos para luego ser trasladada a los puertos. De esta manera, la gente podía trabajar desde su lugar en el mundo. Un servicio que unía a las familias porque podían visitar a los parientes en Buenos Aires y ese viaje nunca se olvidaba.

El decreto de 1993 de Menem aún se hace sentir. A pesar del paso de los años, el escenario es positivo, porque existen proyectos en torno al turismo rural y otros de recuperación de pueblos.

Erize llegó a tener 1000 habitantes, el tren iba y venía, trasladaba cereal. Ahora verlo da mucha tristeza, a pesar de haber logrado recientemente el servicio de telefonía e internet para la Delegación y la Escuela.

-El tren era todo un acontecimiento social en nuestros pueblos, un paseo más.

Sí y la gente todavía lo espera. Hay un clamor, como si fuera un mantra bonaerense, pidiendo la vuelta del tren. Es una frase actual y podría cambiar la ecuación de una provincia inmensa donde conviven la Patagonia del sur, la Costa Atlántica, el Meridiano V con su desierto pampeano y el norte con su tierra fértil y sojera. Buenos Aires es un mundo y varios mundos, y el tren unía esos mundos, los volvía humanos y los interrelacionó. Sigue doliendo ver estaciones de trenes vacías.

-Por ejemplo, en Villa Iris, construcciones del ferrocarril se convirtieron en biblioteca y centro de artesanos.  Ahí hay un ramal abandonado con conexión directa con La Pampa.

-Lo que pasa en Villa Iris se replica en otros lugares de la provincia. En Lin Calel, Tres Arroyos, una familia logró permiso para vivir y trabajar en la estación de trenes, donde montaron una granja agroecológica, venden verduras, quesos, es un caso muy interesante que cuento en el último libro. 

En el paraje Las Palomas, a 10 km en Coronel Pringles, el Ministerio de Educación cedió una escuela abandonada para que la gente desarrolle una granja, fabricar quesos, dulce de leche y embutidos. Hay espacios ociosos en la Provincia pero nunca hay que alentar la ocupación por la fuerza, sino mediante proyectos. Hay lugares que dan a entender que hay esperanzas y posibilidad de cambio. El territorio bonaerense va cambiando de manera silenciosa con el trabajo de la familia rural que apuesta por la cultura, la gastronomía y el turismo.

-Hace unos días, leímos en La Nación tu crónica luego de recorrido hacia el norte del país. Nos impactó cuando hablás de “una Argentina quebrada”. ¿A qué te referías con ese concepto?

 El viaje transcurrió entre la Ciudad Autónoma de Buenos Aires y la frontera con Bolivia, pasando por Aguas Blancas, Valles Calchaquíes y la Puna. Lo que más llamó mi atención fue la presencia de un cierto orden vial, social y sanitario que se pierde conforme te vas alejando de la Capital Federal hacia la zona núcleo de Santa Fe y Córdoba. Son  provincias que mantienen esa dinámica, excepto Rosario y el Gran Rosario, uno las ve con una atmósfera propia, una burbuja o un domo, donde la gente busca madera de los palets para darse calor. No hay cloacas, gas, ni electricidad. Se vive muy precariamente.

Santa Fe y Córdoba es zona de trabajo, los comercios sobre la ruta son impecables, donde todo se cumple. Más que nada, se observa en Córdoba, allí vimos algo muy particular, todo está abierto y hay mucho movimiento. Sin embargo, más allá de Córdoba Capital, siguiendo la Ruta 9, pasando Jesús María y Colonia Caroya, más allá de lo pintoresco de esos pueblitos, comienza a verse un ligero distanciamiento entre ese orden y control anterior. Aparece gente sin barbijo, no se ven tantos autos y sí muchos ciclomotores. Los niños andan en libertad, jugando en las plazas, eso no pasa en CABA ni en el Conurbano.

-Más al norte ese panorama debe cambiar y el relato ya es otro

Hay cierta libertad prepandémica, muy notable al norte de Córdoba. Después, hay un quiebre sistemático de la red social, económica y cultural. Lo comprobás cuando vas a Santiago del Estero, el paisaje se presta más a lo primitivo, monótono y monocromático. Se ven cardones y algunos montes. Allí se ve un quiebre del país. La gente, como puede, está sobreviviendo y vende desde tortugas hasta carne de cabrito sin ninguna refrigeración. No hay presencia del Estado provincial y menos del nacional.

Los pobladores cruzan la ruta corriendo y los animales están sobre la calzada todo el tiempo. Hay que conducir muy despacio porque todo este orden vial de Buenos Aires, Santa Fe y Córdoba se quiebra. Hay una inmensa soledad y olvido.

Hablo de olvido porque la gente está olvidada. Una señora nos preguntó si había pandemia en el mundo, están alejados de los medios de comunicación y de la contención. Entonces, esa palabra me siguió mucho por el viaje, la falta de contención. Había personas que te pedían dinero y comida, y cuando nos veían el nombre del diario (La Nación) ploteado en nuestro auto, pensaban que éramos del Estado.

Nota de La Nación (Foto Ricardo Pristupluk)

En Santiago del Estero vi mucho hambre. Llama mucho la atención el estadio único de la ciudad. Es como una nave nodriza rodeada de pobreza y villas. Son los contrastes de Argentina. Todo lo que se gastó en él, una montaña de dinero para colocarlo en una provincia donde el fútbol no es algo tan presente. Santiago es una de las pocas regiones donde no hay muchos clubes deportivos. Ver esa imponente obra es un ejemplo de las contradicciones argentinas. Es algo que se va a usar dos o tres veces al año, cuando hay muchas personas sin electricidad, agua potable y cloacas.

La falta de agua potable es una realidad que vimos desde el sur de Santiago del Estero. Hacen pozos a 60 o 90 metros de profundidad, lleva mucho tiempo perforar el suelo y son precarios. En Salta, en Olacapato, el pueblo más alto de Argentina, la ausencia del Estado da cuenta del olvido. Hay un río que baja del volcán Quewar, una montaña sagrada conviviendo con las mineras y su contaminación. Allí, los pobladores disponen de un solo caño que baja directo hacia el pueblo, agua que luego sale por el grifo de las casas.

Hay lugares de Argentina donde parece no haber llegado el siglo XXI. Es un contraste muy grande, la gente se siente olvidada y tampoco espera mucho de los políticos. Sí, en Olacapato, vino un cacique coya a darnos un mensaje para el Presidente de la Nación, lo tengo grabado. Le piden que se acuerde de las comunidades de tierra adentro del mapa, son comunidades que formaron el país, como los Coyas y los Diaguitas. Estas palabras tomaron mucho valor después de los últimos dichos del presidente.    

Este cacique, Alejandro Nieva, pedía agua y medicamentos, y al hacerlo, solicitaba simbólicamente que venga alguien a escucharlos.   Y esa necesidad de escucha, la notamos en los 6000 kilómetros. Quiero aclarar que en ese recorrido, manejamos internamente por Salta, Santiago del Estero y Tucumán. Por eso recorrimos tantos kilómetros, no fue solamente ida y vuelta.

-Debés haber regresado  con un sentimiento de desazón sobre el futuro de esa gente.

La sensación no es nada alegre, este país quebrado está pidiendo ayuda, quiere ser oído. Este país de la gente que no tiene agua potable. En Santiago del Estero, me llamó la atención ver a familias al costado de la ruta, en el monte, en las casas de adobe, sin ningún servicio, reunidas alrededor de un fuego, y esa imagen a uno lo retrotrae mucho tiempo atrás.

Ver a los chicos con ropas rotas, con  cabritos al lado, era también una imagen de la Argentina. Nos volvimos con una sensación muy contradictoria, porque por un lado está la belleza propia de nuestra tierra que te impacta y te abraza, y por el otro, está el olvido que te duele, que mata gente y hace que los niños no tengan escuela. Vimos muchas escuelas cerradas.

La cuarentena del 2020 dejó 17 estaciones de servicio cerradas entre Santiago del Estero y Tucumán.  Para uno que viaja, la Estación de Servicio es un punto de encuentro entre los pueblos pequeños. Estos inconvenientes llevan a la gente a comprar combustible en el mercado negro, el litro de nafta súper, en los ranchitos de Santiago del Estero, estaba a 130 pesos y te la dan en un bidón. Es bastante oscuro ese mapa. Hay muchísimo olvido.

- Debe ser muy diferente, después de ver tanto olvido, poder recorrer localidades del interior bonaerense como las nuestras.

La provincia de Buenos Aires, aún en un momento malo como el de hoy por la pandemia, tiene un hilo conductor que permite a pueblos con 10 o 15 habitantes tener su techo, agua potable y  luz. Hay lugares como Mapis, El Pensamiento, Centinela del Mar, hay pueblitos que no tienen luz eléctrica y la presencia del arsénico es muy importante. Hay cosas que me cuesta pensar que no se hayan hecho en estos años de democracia, hemos tenido muchas oportunidades y dinero, y todo podría estar mucho mejor. Y esto dejando de lado la pandemia, porque antes también era así.

No obstante, en mis viajes por la provincia, no siento esa sensación de estar en un mapa quebrado, a pesar de la muy clara diferencia entre los municipios en torno a la ciudad Autónoma de Buenos Aires y aquellos de tierra adentro. En los pueblos del interior bonaerense, el hombre eligió quedarse ahí y mantiene su lugar, tiene un sentimiento de arraigo muy fuerte. Esto los hace pintorescos, bellos, y con oportunidades a partir del turismo rural.

-Dicen que el turismo rural será la gran oportunidad después de la pandemia

Este verano el turismo con pandemia ya mostró señales. El turismo rural fue el segmento con más crecimiento.

Pregoné esto muchos años y  me tocó ver el proceso en los pueblos de Buenos Aires donde una familia tenía la idea de abrir una pulpería, un almacén de ramos generales o un hospedaje. Ese proceso terminó en el año 2015/16 y ahí comencé a ver los primeros emprendimientos exitosos. En el verano me tocó presentar mi libro “Desconocida Buenos Aires: Escapadas Soñadas". Realizamos 22 presentaciones siempre en lugares diferentes, vi muchos turistas en los pueblos, eso da un shock de optimismo muy grande.

El año pasado me tocó entrevistar a gente que se había ido de la ciudad para vivir en lugares como Pigüé, Tandil o Coronel Suárez.

Es un fenómeno que venimos observando desde la ONG Proyecto Pulpería, cuando en el 2015 hicimos una campaña de repoblación de Gascón, en el partido de Adolfo Alsina. 

Con la pandemia, las ciudades son los peores lugares para estar, y los pueblos se constituyen en una reserva de humanidad. Tienen sentido de libertad y cuando hablo de libertad, no significa que incumplen las normas, sino que todavía hay ceremonias que nos permiten pensar que no todo está perdido. El compartir un aperitivo, una charla en una plaza, eso todavía está presente en los pequeños pueblos y por eso la gente de las ciudades quieren irse a vivir a estos lugares, donde la calidad de vida es mucho mejor que estar en un departamento.

Uno de los lugares elegidos por Vesco. El balneario "Los ángeles" es una localidad turística ubicada a 30 km al sudoeste de Necochea

- ¿Cuando te jubiles te gustaría venir a vivir al interior?

Me quedan pocos lugares por conocer de la Provincia. Uno tiene cierta predilección por algunos, no puedo pensar qué pasará cuando los años pasen, pero soy muy activo y muy inquieto. Hay lugares en los que encontré una tranquilidad muy reconfortante para escribir o trabajar. Las grandes superficies inhabitadas de la naturaleza como el mar o el desierto para mí son muy bellas. Hay un pueblito, Los Ángeles, en Necochea, que está recostado en el mar, en donde voy todos los veranos, es un lugar donde podría vivir sin ningún problema.

También me gusta toda la zona serrana, Tornquist, Puan, Suárez y Pigüé, esa zona es realmente bella. Y mis libros dan cuenta de eso, en la trilogía “Desconocida Buenos” Aires, en el último libro está la ruta 76 de entrada a Sierra de la Ventana. He dedicado muchos años de mi vida para viajar por el sudoeste bonaerense y creo que ahí también está mi lugar en el mundo.  

-¿Cómo se pueden conseguir tus libros?

Se consiguen en las librerías de Bahía Blanca, Coronel Suárez y Pigüé. También, pueden obtenerlo online, la web de Editorial El Ateneo es una vía rápida.